Sensibilidad, no sinrazón

 

 

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Siguiendo con las publicaciones de El Hormiguero II de Valdés,  hoy publicamos esta reflexión o sobre Luarca, sobre la belleza de la villa y sobre la insensibilidad estética de algunos

En muchas ocasiones, mostrándole Luarca por primera vez a algún amigo, o cuando te evades del mundo con el deleite que te provoca sentir la brisa del mar en la piel, incluso cuando observas una vieja postal del parque con aquella explosión de color, me pregunto qué sensaciones experimentaría si en lugar de haber crecido aquí, la contemplase por primera vez. Son tantos los rincones maravillosos, es tal la belleza que me rodea, que si bien debería considerarme una persona afortunada por el regalo que supone tal disfrute continuo, quisiera sentir, una y otra vez, tantos y tan bellos estímulos visuales, añadiendo la novedad como un nuevo aliciente que acrecentase el sentimiento de hedonismo.

Y es que si quisiera definir como es Luarca en pocas palabras, diría que es como contemplar 100 obras de arte a la vez, una amalgama de pinturas impresionistas, sinfonías evocadoras esculturas cinceladas a golpe de mareas y obras arquitectónicas que nos regala la propia naturaleza; porque Luarca es luz, es niebla, es brisa, es pizarra, es verde, es mar, es río, es cantil, es tantas cosas que resultaría imposible entenderlo sin concentrar todos tus sentidos en el empeño.

Siempre he pensado que es maravilloso poseer un cierto grado de sensibilidad que te permita apreciar la belleza, al igual que creo que es necesario, que aquellos que han de encargarse de gobernar, ejerzan su cargo con una buena dosis de pasión por nuestro entorno, y no basándose sólo en cuestiones finalmente cuantificables en un beneficio político o personal; y lo que es aún peor, valorar el hecho de realizar una obra o incluso afear o descomponer algo bello por sí mismo, en función del número de votantes de la zona.

En una sociedad democrática, lo deseable es que los que nos gobiernan, lo hagan para todos, te voten o no. Y esto me lleva a pensar en la sinrazón que conlleva el progresivo destrozo de uno de los lugares más queridos por los luarqueses, nuestro parque; aquel en el que todos disfrutamos de interminables juegos, un rincón bellísimo que se cuidaba con mimo y era el orgullo de todos. Ese mismo lugar que ha perdido cualquier atisbo de naturaleza, que antaño conjugada a la perfección con la arquitectura que lo rodeaba, ese sitio convertido en una plazoleta sucia y abandonada.

¿Es tan difícil entender que todos los luarqueses, de todas las ideologías, queremos recuperar este rincón tan preciado? No sé si es cuestión de falta de inteligencia política y emocional,  no saber escuchar,  o una mezcla de las tres; porque si la razón es castigarnos o provocar deliberadamente un daño en el orgullo que sentimos por la belleza de nuestra preciosa villa, créanme que lo han conseguido, pero más tristeza sentimos aún por los pobres de espíritu que nunca llegarán a apreciar un regalo tan maravilloso como es Luarca.

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